Homenaje a Nicolás Rodríguez Münzenmaier

NICOLÁS, LOS PUEBLOS Y LOS AMIGOS. Por JUAN CRUZ RUIZ (17/04/2016)

Me ha causado una enorme tristeza lo que ha pasado en Los Cristianos; hace muchos años pasó algo similar en Granadilla de Abona, y acaso esa fue la noticia más grave de la que tuve conciencia como jovencísimo periodista. Los Cristianos es un pueblo al que le tengo una enorme gratitud y forma parte, como el Puerto de la Cruz, donde nací, de esos lugares con los que siempre viajan mi espíritu y mi memoria, como si nunca me hubiera ido de ellos, como siguiera siendo parte de su aire, de sus días, de sus noches y de su gente.

Lo que me pasó con Los Cristianos es consecuencia de un azar que la amistad convirtió en un recuerdo imborrable: entonces yo era un adolescente y mi amigo Juan Antonio Pérez Méndez, que es de La Orotava, me invitó a pasar un verano con sus padres y con su hermano Carlos Tomás en la casa que alquilaban allí. A mi madre, que no me dejaba salir ni a la puerta de la calle, le pareció bien, porque creía que aquel aire me aliviaría el asma. Aquella amistad me hizo mucho bien y en efecto Los Cristianos, su aire, me ayudó a reponerme de esa dificultad para respirar tan pegajosa. Desde entonces para mi Los Cristianos reúne en su nombre algunas metáforas: la amistad, el sosiego, la calidad del aire, la sensación del viaje y la alegría de la juventud. Por eso cuando ahora pasa este drama lo siento como una tristeza que va conmigo y con tantos que queremos a Los Cristianos.

Mi otro pueblo, claro, es el Puerto de la Cruz, mi lugar de nacimiento, el sitio al que pertenezco de cuerpo, de alma y de memoria. Juan Manuel García Ramos suele decir, y con toda la razón, que mis temas son el patio de mi casa y Pérez Minik. El Puerto es el patio grande de mi vida. El Puerto es mis amigos. Y anoche, en el Puerto, se produjo un homenaje a uno de esos amigos, Nicolás Rodríguez Munzenmeier, que para mi es metáfora de esa entrañada ciudad.

Porque los amigos son los otros hermanos. Cuando voy al Puerto quiero ver a mis hermanos y a mis amigos, que son esos hermanos que la vida nos da. Y Nicolás, como Rafa Cobiella, que atendía por mi en las clases cuando éramos chiquillos, o como Salvador García Llanos y como tantos, es uno de esos hermanos que la vida me ha dado en el Puerto. De una manera consistente, como intelectual rabiosamente humano, y madridista rabioso también, este hombre generoso que le ha dado a su pueblo ilustración, paciencia y entusiasmo, ha ido mostrando lo que tenemos y lo que no tenemos, para alertar sobre un hecho fundamental en nuestras vidas.

A nosotros nos perjudicó, como a todos los españoles, la guerra incivil del 36; pero de una manera muy triste nos perjudicó a nosotros, porque interrumpió una fe socialista, en el sentido más amplio, menos partidista, que consistía en querer para las clases sociales más perjudicadas una educación que nos había negado la historia. Esa interrupción de la experiencia republicana dio acogida en el Puerto, otra vez, a un caciquismo que de nuevo se cebó con las clases humildes.

Nicolás, quizá porque tiene en las venas un calvinismo sin vetas, se propuso, desde el Instituto de Estudios Hispánicos, la tarea difícil de restituir aquel espíritu enciclopédico y liberal de los que fueron silenciados cuando la milicia se impuso a la razón. Ahora deja el Instituto, y su nuevo presidente, el generoso y entrañable Pepe Cruz, que es de mi familia, le ha organizado anoche un homenaje al que quise enviar unas palabras, de las que aquí hay algunas. Sabemos todos que si hay alguien en este mundo que siempre tendrá en el alma un consejo para avanzar en la tarea de poner al Instituto a la cabeza de una necesaria revolución educativa, cultural y política en el Puerto ese es Nicolás, mi hermano de pueblo y de alma, aunque no de equipo. Él es metáfora del pueblo al que más quiero.